El ser esclarecido
La relevancia del sol y su luz en el amanecer de la conciencia humana
Hasta donde podemos discernir, el único propósito de la existencia humana es encender una luz en la oscuridad del simple ser.
Carl G. Jung
La luz es concebida universalmente como la esencia que enciende y anima una vida colmada de rectitud, sabiduría y compasión. Esta referencia está ligada al rol dador de vida que tiene el Sol en nuestro planeta y la danza diaria que el astro realiza a través de la bóveda celeste — la vida en la Tierra es biología iluminada.
Desde tiempos inmemoriales, el astro rey ha gozado de gran respeto y reverencia, siendo un símbolo clave del misterio sagrado encarnado en profetas, maestras y visionarios conscientes del Sol oculto en su interior.
El Sol trae consigo el fulgor que hace la vida brillar desde dentro, cuyos ritmos lumínicos han sido plasmados en sistemas calendáricos, diversas edificaciones, ritos y costumbres sociales. El astro rey ha sido históricamente una referencia principal en la vida espiritual del ser humano.
En la tradición inca encontramos la celebración del Inti Raymi, dedicada al dios solar, Inti. Realizada durante el solsticio de invierno (Wawa Inti Raymi) y en el solsticio de verano (Capaq Inti Raymi), la ceremonia tiene como objetivo acompañar la vida cíclica del astro rey; su muerte, renacimiento y consecuente influencia en el recuento del tiempo ancestral.
En particular, el Inti Raymi celebrado al solsticio de invierno sirve de portal para nutrir la red de relaciones culturales con la tierra, el cosmos y con el gran astro dador de vida. La propia palabra «inca» hace alusión a los reyes y altos mandatarios que gozan de una relación estrecha con Inti. El Sol es el regente cultural de los incas.
La luz y su representación solar hacen del fuego su morada terrestre. El fuego representa la chispa divina en la cosmovisión ancestral, teniendo un papel fundamental en rituales y ofrendas. Por ejemplo, la ceremonia del Fuego Nuevo de la tradición mexica, tradicionalmente realizada cada cincuenta y dos años, marca el inicio de un nuevo ciclo de vida.
Al celebrar el nacimiento de un «nuevo Sol», la ceremonia tiene como objetivo la renovación de la íntima membresía del humano con el universo al hacerse partícipes del equilibrio y funcionamiento del cosmos.
El fuego ceremonial producido con la fricción de dos maderos simboliza la chispa espiritual que crea y recrea los ciclos celestiales y terrestres que hacen posible el milagro de la vida. Al recrear tal evento, los mexicas y otras etnias mesoamericanas conectan con el origen, rindiendo tributo al principio solar dador de vida y conciencia.
El fuego que une
El fuego y el Sol como agentes de la luz terrestre y celestial figuran prominentemente en la experiencia religiosa. Entendiéndose religión desde un sentido profundo: el de unir y retejer al individuo con su origen sagrado. La luz, concreta y etérea, particular y universal, se concibe ligada a la dimensión sagrada que permea la creación en su perenne movimiento creativo.
En la mayoría de tradiciones originarias del continente americano (Abya Yala), el fuego es concebido como sinónimo del Gran Espíritu. Los mexicas y otras culturas mesoamericanas rinden homenaje a Huehueteotl, que se encuentra en estrecha relación con el dios del fuego, Xiuhtecuhtli, y el dios del sol, Tonatiuh.
Los incas veneran a una deidad del Sol y el fuego conocida como Manco Capac, hijo de Inti, el Sol. Manco Capac, enviado por Inti, impulsó el poderío del imperio inca y, como tal, se le consideró como el primer inca.
Para el pueblo lakota de América del Norte, el fuego representa los poderes de Wakan Tanka o el creador, el abuelo de la familia humana y la antigua morada del Espíritu.
En las tradiciones judeocristianas, existen numerosas referencias que vinculan al fuego con Dios. Yahveh se manifiesta como un pilar de fuego al guiar a los israelitas a Canaán; un ángel le habló a Moisés a través de una zarza ardiente; Elías subió al cielo en un carro de fuego; Ezequiel tuvo visiones de una nube ardiente con cuatro criaturas aladas en el cielo. En el evangelio de Lucas, Jesús afirma: «he venido a prender fuego a la tierra», y en el Evangelio de Tomás: «quien está cerca de mí, está cerca del fuego».
En el budismo, particularmente en las escuelas mahayana y vajrayana, se encuentra una estirpe de deidades asociadas con el fuego encargadas de proteger la virtud y destruir los obstáculos en el camino del despertar. Se dice que la compasión de éstas figuras es tal, que manifiestan su infinita bondad de manera iracunda o salvaje, lo que contribuye a su apariencia roja, en llamas. Esta fiereza ardiente es de gran ayuda en la eliminación de la ignorancia y la cultivación de la conciencia búdica al alcance todos los seres.
Siendo una de las principales deidades del hinduismo, Agni, el dios del fuego, aparece prominentemente en el Rig-Veda, texto que también sirve de referencia para el budismo, el jainismo y el sijismo. Agni, considerado el hijo mayor del Absoluto, es comúnmente representado como un guerrero rojo montando un carnero o andando en un carruaje tirado por caballos de fuego.
Se dice que los hijos del dios del fuego dieron origen a la tierra y a la especie humana. En la tradición del yoga este fuego originario es la representación del maestro interno encargado del proceso de autorrealización, de la reunión con el Absoluto.
El fuego que ilumina
Despertar a la luz que mora en el templo corazón activa la realidad última que hace por conocerse a sí misma en forma humana. Quizá la referencia más conocida en torno a la persona que ha traspasado los velos de la ignorancia para alcanzar un estado de plenitud consciente proviene de la idea oriental de la iluminación. No obstante, la sabiduría ancestral representada en la tradición maya igualmente provee una bella guía en el proceso de reconexión con la llama interna.
la persona es el ser esclarecido que respeta, invoca, agradece y alimenta las fuerzas creadoras y formadoras de la vida. Hoy, más que nunca, debemos cultivar y potenciar esas cualidades para superar la crisis y la autodestrucción sistemática causadas por la humanidad. Recuperar nuestro origen evolutivo, es reencontrarnos con las abuelas y abuelos de donde descendemos, irradiando, desde todos los puntos, el respeto que es fundamental. Recuperar nuestro origen evolutivo es recuperar la sabiduría que nos legaron mediante la realización equilibrada y armoniosa de su vida.1
El ser esclarecido existe en íntima vinculación con los ciclos cósmicos y naturales desde los que piensa, siente y actúa, alimentando de luz a todas sus relaciones.
De manera concreta, el Raxalaj mayab’ k’aslemalil, escrito que poéticamente encapsula parte del legado de la cosmovisión maya, denota una serie de características que rigen al humano esclarecido en conexión con la luz primordial. El ser esclarecido:
- Reconoce la existencia como una expresión de la alegría y la felicidad del movimiento eterno de la vida, del Creador Formador.
- Se acepta a sí mismo como punto evolutivo de la creación originaria.
- Busca y mantiene una comunicación con la fuente originaria y eterna de la vida, así como con cada una de sus expresiones materiales y energéticas.
- Busca el entendimiento de la vida, de sus ciclos y de sus cualidades.
- Cultiva y vivencia el respeto por la Madre Naturaleza, reverenciando todas sus expresiones, pues ellas contienen la sabiduría del Creador Formador.
- Reconoce su interdependencia con la Naturaleza y el Universo, quienes lo protegen, purifican y alimentan.
- Aprecia y respeta su refinamiento orgánico y fisiológico como un regalo de la madurez de la Madre Tierra.
- Reconoce el regalo de ser cocreador de la vida mediante su capacidad de engendración y reproducción.
- Respeta y alimenta a sus ancestros y trabaja por la sostenibilidad de la descendencia humana.
- Se realiza interrelacionándose armónicamente con otros seres humanos, en familia, en comunidad y en sociedad.
- Acepta que es continuamente guiado y protegido por el Universo, la Madre Tierra y los ancestros.
- Agradece permanentemente por su vida y su existencia.2
El ser esclarecido experimenta el regalo de la vida en constante asombro y agradecimiento, haciéndose partícipe activo del embellecimiento del legado de fuego que discurre por las venas del mundo.
Es de suma importancia mantener la llama encendida al centro del altar interno, en las profundidades del alma, desde donde se alumbra la aventura de vida. Esa luz provee la claridad y la calidéz necesarias para despertar del añejo letargo de la confusión y la pesadez.
El ser esclarecido mantiene una constante celebración del fuego nuevo al interior de su corazón; respetando, invocando, agradeciendo y alimentando las fuerzas que arden en el interior y a su alrededor.
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- María Faviana Cochoy Alva, Pedro Celestino Yac Noj, Isabel Yaxón, Santiago Tzapinel Cush, María Rosenda Camey Huz, Daniel Domingo López, José Augusto Yac Noj, Carlos Alberto Tamup Canil, Raxalaj Mayab’ K’aslemalil: Cosmovisión Maya, plenitud de la vida (Guatemala: PNUD), 45.
- ibid, 39.
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Tomado de: Villaseñor Galarza, Adrián. Sanación ancestral: Legados milenarios al servicio del alma. CreateSpace, 2018.